El pesebre navideño

 


El pesebre navideño

Por Joaquín Reyes Posada

Cómo han pasado los años, cómo cambiaron las cosas” …  Así se inicia la canción interpretada por Rocío Dúrcal, que ilustra lo que al iniciar el último mes del año, en términos de la tradición cristiana, se vive desde el 7 de diciembre en muchos lugares del mundo. Entre el 16 y hasta el 24  aún rezan algunas familias las novenas de navidad siguiendo la senda de una larga costumbre, aunado al esfuerzo por armar el pesebre, aunque infortunadamente cada año se observa un desdén por esta rica idea que reunía a los miembros de la familia y cada cual aportaba su concurso para que resultara lo más lindo posible.  El pesebre es el escenario de rememoración bíblica del nacimiento del niño Jesús en un portal, en compañía de unos cuantos pastores y sus animales domésticos, ovejas, el burro, el buey, la vaca, creando un cuadro de íntima vida familiar por más de 2000 años, un símbolo de amor y unidad.

En mi familia esa costumbre fue muy arraigada gracias al liderazgo de mi madre y el juicio de todos los hermanos por trabajar desde mediados de noviembre. En un patio grande con marquesina, armábamos primero una estructura con cajas, encerados, la gruta en la parte alta de una topografía a imagen del antiguo pueblo Belén (Palestina), con sus terrenos aledaños dedicados al pastoreo y a la crianza de reses y caballos. En mis años de juventud, en una Bogotá menos atafagada y caótica, el árbol con sus luces y adornos, no era el símbolo de la navidad, Papá Noel no era protagonista al menos en mi grupo familiar, ni los adornos en las ventanas y puertas. Era el pesebre bíblico, que recreaba la época de Cristo en su niñez y adolescencia, con un portal con techo de paja, el desierto de arena y campos agrestes para  el cuidado de los animales. Según la leyenda, en ese ambiente de pobreza se dio el alumbramiento del Niño Dios.

En cuanto a la producción, tengo que decirlo, los creadores más importantes eran mi madre y mi hermano mayor, Nuestro pesebre, por qué no decirlo con orgullo, fue premiado en tres ocasiones por ser una obra genuina con sentido bíblico. Mi mamá se encargaba de la dirección general, armaba las laderas arborizadas, con pastores y sus animales, el desierto de arenas de diferentes colores y desde luego el humilde portal de Belén, fabricado en corcho, cartón y encerados verdes simulando el ambiente agreste y natural.  Alrededor se congregaban afectos, se hacía gala de la capacidad creativa y la dirección general de ella, la disciplina de todos para conseguir materiales rústicos, madera, ramas de árbol, alambre y cuanto material pudiera darle el toque de autenticidad y estilo propio a la usanza de aquella época. Otros aspectos eran los paseos al monte para buscar la lama, pero en especial, el diseño y el talento arquitectónico del hermano primogénito Carlos José, encargado de construir el Belén que vio nacer a Jesús, con plazas, casas en cemento y corcho, tiendas de mercaderías, calles empedradas, escaleras, puentes y rotondas, un río descendente también construido con cemento, arena y piedras incrustadas, al cual desde su inicio cerca del portal, se le conectaba una manguera para brindarle agua que corría hasta una pileta y de ahí al sifón del patio. El pesebre bellamente iluminado, era genuina reminiscencia del momento, hace ya 2024 años, respetando la realidad de ese entonces y basando su presentación y sus diversos espacios, en la iconografía que formaba parte de una sería y rica investigación sobre la arquitectura de la época.